Oda a La Resistencia
El día empezaba igual que tantos, la alarma, la pereza, la obligación y, finalmente, un pie que debía tomar la iniciativa de salir de la cobija, plantarse en el suelo y acumular todo el impulso para que me pusiera de pie. Dar una vuelta por la habitación, solo con los ojos. Dirigirme hacia la ducha, sintiendo el piso helado, desnudarme y entrar al agua caliente pensando en que, quizá, desaparecería el olor a cerveza y cigarrillo. Llegar a la oficina, que me ofrezcan un tinto y sentarme en la mesa a pensar en cómo se iría el día. Antes de salir de casa, instintivamente, sin ningún deseo consciente, había extraído un pequeño libro azul que llevaba varios meses olvidado en la biblioteca. Lo puse sobre el escritorio y empecé una lectura interrumpida por bostezos y lágrimas de pereza que se escurrían por mi rostro. Un rato más de lectura y, de pronto, llega el jefe, toca rendir informes y esas cosas en unos días que se aprestan a pasar. Nada podía salvar ese día lleno de tedio, no quería