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Vientos de Agosto

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Te fuiste con los vientos de agosto, tu imagen se desvanece como una de esas cometas que se escapa de la mano de un niño dejando lágrimas en sus ojos.  Quisimos que nuestro amor volara muy alto, pero el hilo no lo soportó y terminó rompiéndose. Te fuiste con los vientos de agosto y aún puedo ver los colores que se pierden en el cielo. 

Volvería al Paraíso.

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Llegamos a Villavicencio, La Puerta del Llano, una ciudad pequeña en la cual el horizonte se confunde con la llanura inmensa. Uno se siente lejos del “centro del país”, pero en realidad a pocos kilómetros de allí está el ombligo de Colombia. El aeropuerto no se parece en nada a los de las grandes ciudades: es pequeño con unas cuantas agencias y una panadería; cuando nos llamaron para embarcar me llevé una gran sorpresa al ver una diminuta avioneta y sólo íbamos cinco pasajeros, mi puesto era al lado del piloto y no había que apagar los celulares, antes de despegar teníamos las ventanas abiertas.

Futuro (im) potencial

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Viviría en una casa con cuatro habitaciones amplias, su esposa cuidaría un jardín en el que flores de los colores más diversos abrirían sus pétalos durante todo el año, por las ventanas cada mañana entraría el sonido de los pájaros combinado con el del río que caería suavemente entre las rocas, el aire sería puro y freso, sus tres hijos correrían por los campos y se adentrarían en el bosque del cual retornarían cargados de frutos dulces y maduros. 

Un día.

Yo lo quería, ¿cómo no hacerlo después de compartir tantos momentos? Llevábamos más de cuatro años durmiendo juntos, caminando por la ciudad al atardecer; lo necesitaba para abrazarlo cuando me sentía triste y para contarle los acontecimientos más insignificantes de mis días en esta ciudad lejana. Antes yo había vivido rodeada de amigos, recorriendo callejones, parques y bares hasta el amanecer. Ahora estaba sola, sólo lo tenía a él para que hiciera menos pesados mis días.

Él

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Él estaba fumando en el pasillo por el que yo pasaba rápidamente para ir al salón de clases, al día siguiente lo volví a ver: estaba en la biblioteca buscando unas revistas a las cuales parecía no prestarles mucha atención, sonreía; unos días después volvía a verlo en una esquina cercana al parque al que yo iba los viernes con mis amigos: tenía un aire alegre siempre que lo veía, incluso mientras fumaba dejaba escapar sonrisas sin sentido. Lo veía muchas veces. Al principio no le presté mucha atención: pensé que nuestros espacios y tiempos simplemente coincidían, pero, poco a poco, me fue causando mayor extrañeza porque lo notaba que estaba observándome desde lejos, escuchándome o intentando hacerlo. Empezó a molestarme, no sabía qué quería ni por qué me seguía, ¿qué interés le despertaba yo? Entonces lo evitaba, hacía las cosas más extrañas para no encontrarlo: volteaba por un callejón desierto justo antes de la esquina donde lo veía parado, le pedía fuego a la persona que estaba

La Estudiante

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La Estudiante Yo la veía llegar siempre con sus libros o papeles en la mano, sus gafas de colores, sus ropas informales y su cabello tan abundante como despeinado. En ocasiones tuve la oportunidad de escuchar cómo de su boca salían palabras rimbombantes que iban creando historias que se materializaban ante mis ojos. La buscaba en los pasillos, pero ella con su aire despreocupado y fresco nunca me veía, por el contrario notaba cada cambio en las plantas, en las nubes e incluso en las hojas de los árboles que iban cayendo por el viento. Quería dejarme encontrar, pero ella no me estaba buscando: volteaba siempre por el callejón que quedaba justo antes de la esquina donde yo había decidido esperarla, le pedía fuego a la persona que estaba fumando al lado mío y se lo agradecía con una sonrisa enorme que yo quería que me dedicara, buscaba el libro en el estante que estaba enfrente de donde yo estaba simulando buscar una revista, se le caía el lápiz justo en la escalera donde era ine