Él

Él estaba fumando en el pasillo por el que yo pasaba rápidamente para ir al salón de clases, al día siguiente lo volví a ver: estaba en la biblioteca buscando unas revistas a las cuales parecía no prestarles mucha atención, sonreía; unos días después volvía a verlo en una esquina cercana al parque al que yo iba los viernes con mis amigos: tenía un aire alegre siempre que lo veía, incluso mientras fumaba dejaba escapar sonrisas sin sentido.

Lo veía muchas veces. Al principio no le presté mucha atención: pensé que nuestros espacios y tiempos simplemente coincidían, pero, poco a poco, me fue causando mayor extrañeza porque lo notaba que estaba observándome desde lejos, escuchándome o intentando hacerlo. Empezó a molestarme, no sabía qué quería ni por qué me seguía, ¿qué interés le despertaba yo? Entonces lo evitaba, hacía las cosas más extrañas para no encontrarlo: volteaba por un callejón desierto justo antes de la esquina donde lo veía parado, le pedía fuego a la persona que estaba fumando justo antes que él, me agachaba en las escaleras donde era inevitable que nos viéramos, en todas esas ocasiones lo veía respirar profundo y seguir su camino tan alegre como antes.


Un viernes, en el parque que mis amigos y yo frecuentábamos, lo vi sentado junto a un árbol. Todo su ser desencajaba en ese sitio: sus ropas demasiado pulcras, sus cabellos bien peinados, sus zapatos lustrados, su soledad en medio de los grupos de amigos que departían bulliciosamente, incluso su sonrisa entre las carcajadas… Hice como si no lo hubiera visto, empecé a tomar y poco después olvidé su presencia escrutadora, pero se me acercó y me ofreció un cigarrillo, lo miré como si fuera de otro planeta y entonces le dije: ¡Qué fino! Y él dejó escapar una sonrisa nerviosa y me preguntó si quería algo, fue entonces cuando lo dije: Sí, que deje de seguirme en los pasillos, en las bibliotecas, en los callejones; que deje de mirar el humo que se escapa de mis labios, las manos con las que sostengo la cerveza, mi boca cuando estoy contando historias, que me deje en paz; todo esto lo dije con un desprecio que ni siquiera yo sabía que sentía por él. Lo vi abrir sus ojos, estaba aterrado; por fin había conseguido que él no volviera a aparecer jamás en mis caminos y así yo dejaría de verle esa sonrisa absurda que mantenía siempre.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La ventana

Pipo

¿Y eso qué es?: glotopolítica y panhispanismo