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Pipo

El cielo parecía un océano inmenso que se desfondaba sobre nosotros. Nada más abrumador que una lluvia torrencial de septiembre. Septiembre es un mes horrible por naturaleza, un mes sin gracia, no tiene los vientos de agosto ni los sucesos maravillosos de octubre, no hay brujas ni invasiones, héroes, nada, un mes que pasa sin dejar rastro, que es un intermedio tedioso para empezar a finalizar el año. Bueno, todas esas cosas que ustedes saben, porque, nos guste o no, a todos nos toca atravesar septiembres. Pero no venía yo a escribir de meses, venía a escribir de gentes, de personas que pasan por la vida dejando pequeños rastros mínimos  Hubo una época de mi vida en la que, por seguir a alguien, por estar a su lado y acompañarlo, estuve día y noche en un bar, no en bares, sino en un bar, porque resulta que a él solo le gustaba ese espacio. Empecé a frecuentarlo por él, pero después se fue convirtiendo también en mi espacio, claro, cómo no iba a pasar si fueron varias las veces en que me

¡Vete!

Lo inexorable de la cuenta de cobro que pasa la vida por el pasado puede tomar múltiples formas, todas de sufrimiento.   ¡Vete! -le espetó ella- Lárgate de acá si lo que soy no te satisface.  Ella había imaginado esa escena varias veces, pero no era capaz de materializarla. El hombre al que amaba hace meses solía recordarle, de forma insistente, cualquier hecho de su pasado lejano o reciente. No, recordarle no era la palabra adecuada, recriminarle se acercaba más a la descripción de esos reclamos constantes que aparecían cada cierto tiempo.  Al contrario de lo que pudiese pensarse, no había momentos tranquilos y momentos de discusión. Era todo mutable. Por ejemplo, aquella tarde soleada, subieron juntos al columpio que quedaba en la cima de una pequeña colina; estaban allí, mirando el paisaje, meciéndose suavemente, cuando, de pronto, luego de que ella recibiera una corta llamada, llegó el reclamo que, en el fondo, podría resumirse como: "eres una puta y, por mi posición actual, n

Jaime, el de los ojos verdes

Jaime sonreía. Era una mañana fría, ella había llegado demasiado temprano. Sí, demasiado. Casi cinco horas antes de lo planeado. Estaba confundida, había pasado una mala noche, por lo que había decidido salir rápido de donde estaba y refugiarse en el compromiso, aunque faltaran cinco horas. A Jaime lo había visto el día anterior: un buzo de lana, gafas, cabello largo, boca delgada y una voz dulce. No habían hablado, ella tenía que solucionar asuntos urgentes, de los cuales quería salirse lo antes posible.  Sin embargo, esa mañana, al llegar y ver sonriendo a Jaime, se sintió tranquila. Su presencia le generaba la paz que no había encontrado en esa noche, él le ayudó con su maleta, le ofreció un espacio, desayuno y se mostró muy amable con ella. Era como sentir un rayo de sol suave que aparece después de la tormenta. Luego de organizarse un poco, se sentó a trabajar, justo enfrente de Jaime. Era inevitable levantar la mirada y querer observarlo, querer grabarse cada detalle de él. Le pa

Camilo, el de ojos verdes.

Los ojos verdes le daban miedo. No era un miedo infundado, era algo asentado en lo más profundo de su memoria. Ella no quería saber nada de esos ojos; sin embargo, la vida se empeñaba en propiciarle encuentros, de lo más variopintos, con ellos. Incluso antes de haber desarrollado su repulsión, recordaba haber tenido encuentros importantes con ojos verdes. 1. En su infancia, se había enamorado de un compañero de clase. Camilo, de ojos verdes, sonreía a través de las ventanas del salón y su cabello rubio brillaba con el sol de mediodía del trópico. Allí estaban unos de los primeros ojos verdes de su vida. Los recordaba cerquita el día en que, en medio de una tarde de piscina, Camilo la había besado por una apuesta con sus compañeros. Fue algo fugaz, todos reían alrededor, ella era la penitencia. Había regresado llorando a su casa, no quería ir al otro día al colegio, pero no podía decirle nada a nadie.  A la mañana siguiente, llegó al salón y se sentó en las primeras filas, como siempre,