¡Vete!

Lo inexorable de la cuenta de cobro que pasa la vida por el pasado puede tomar múltiples formas, todas de sufrimiento.

 

¡Vete! -le espetó ella- Lárgate de acá si lo que soy no te satisface. 

Ella había imaginado esa escena varias veces, pero no era capaz de materializarla. El hombre al que amaba hace meses solía recordarle, de forma insistente, cualquier hecho de su pasado lejano o reciente. No, recordarle no era la palabra adecuada, recriminarle se acercaba más a la descripción de esos reclamos constantes que aparecían cada cierto tiempo. 

Al contrario de lo que pudiese pensarse, no había momentos tranquilos y momentos de discusión. Era todo mutable. Por ejemplo, aquella tarde soleada, subieron juntos al columpio que quedaba en la cima de una pequeña colina; estaban allí, mirando el paisaje, meciéndose suavemente, cuando, de pronto, luego de que ella recibiera una corta llamada, llegó el reclamo que, en el fondo, podría resumirse como: "eres una puta y, por mi posición actual, no puedo salir con gente como tú". 

Siempre era lo mismo, un reclamo, una manifestación del deseo de cortar la relación y un distanciamiento que le recordaba a ella que era indigna, que no tenía méritos para estar con un hombre como él y que, a lo mejor, estaba destinada solamente a hombres fracasados, violentos, abusadores o ese tipo de ralea. 

La tarde dejó de ser soleada y una tormenta fuertísima empezó a caer sobre la casa. Las tejas resonaban por el agua y cada vez hacía más frío. El hombre ni siquiera la determinaba, luego de despreciarla por su pasado, la convertía en un ser invisible. 

Ella estaba triste, quería gritar, llorar, salir en medio de la tormenta y desaparecer, pero no podía, tenía que guardar la compostura, mantenerse tranquila y estar ahí como si nada sucediera, como si por dentro no estuviera sintiendo que una terrible avalancha se le subiera al cuello y la ahogara. Respiraba hondo, una, dos, tres veces. 

"No sirves para este mundo, no mereces estar en este lugar", le decía una voz en su cabeza. Otra intentaba acallarla, tranquilizarla, no permitir que todo se desbordara. Al parecer, hoy, sería la segunda voz la que ganaría.

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