Pipo

El cielo parecía un océano inmenso que se desfondaba sobre nosotros. Nada más abrumador que una lluvia torrencial de septiembre. Septiembre es un mes horrible por naturaleza, un mes sin gracia, no tiene los vientos de agosto ni los sucesos maravillosos de octubre, no hay brujas ni invasiones, héroes, nada, un mes que pasa sin dejar rastro, que es un intermedio tedioso para empezar a finalizar el año. Bueno, todas esas cosas que ustedes saben, porque, nos guste o no, a todos nos toca atravesar septiembres. Pero no venía yo a escribir de meses, venía a escribir de gentes, de personas que pasan por la vida dejando pequeños rastros mínimos 

Hubo una época de mi vida en la que, por seguir a alguien, por estar a su lado y acompañarlo, estuve día y noche en un bar, no en bares, sino en un bar, porque resulta que a él solo le gustaba ese espacio. Empecé a frecuentarlo por él, pero después se fue convirtiendo también en mi espacio, claro, cómo no iba a pasar si fueron varias las veces en que me dejó esperándolo o en las que se fue y me dejó allí sentada. Los visitantes de aquella esquina eran de lo más variopintos: jóvenes drogadictos, universitarios jugando a la vida bohemia, trabajadores abrumados, gente solitaria, grupos de amigos, ancianos bebedores, entre otras. Me gustaba esa característica de ese espacio, la posibilidad de hacer confluir mundos de lo más diversos en una pequeña esquina con música antigua y cerveza barata. 

Allí, entre toda esa gente conocí a Pipo, nunca supe su nombre, solo llegaba y saludaba, siempre me pedía un cigarrillo o me compartía del que él tenía. Era un señor mayor, abuelo, según supe una vez que me estaba contando sobre su vida, tenía una familia que vivía lejos, a él le gustaba beber y consumir cocaína, esa era su felicidad. Una vez le pregunté que por qué no se iba a vivir con su familia y me dijo que a él no le gustaba encerrarse, que él era un hombre de cantina y así moriría. 

Pipo siempre estaba dispuesto a escucharme, en mis tristezas me daba ánimos y me decía "reina hermosa, no sufra por ningún bobo de esos" o "tranquila, mami, si alguien muere es porque ya cumplió su vida en la tierra". A Pipo le gustaba tomarse fotos conmigo, cuando le pedía una foto nunca me la negaba, siempre me sonreía y posaba. Hubo un tiempo en que me obsesioné con un grafiti que decía "No somos nada", me parecía brillante, me recordaba el punk, la vida, me representaba y Pipo estuvo ahí para tomarse fotos conmigo ante esa puerta rayada. 

El día en que me informaron que Pipo había muerto llovía mucho, parecía desfondado el cielo, yo no veía a Pipo hace mucho tiempo, pero lo recordaba con cariño. Tiende uno a pensar que la gente es eterna y que el día que regresara al bar iba a encontrar al mismo anciano que, con cariño, siempre decía cosas buenas mías. 

Buen viaje, Pipo. 


Pereira, 6 de septiembre de 2021

Comentarios

Entradas populares de este blog

Volvería al Paraíso.

¿Y eso qué es?: glotopolítica y panhispanismo