¿Y eso qué es?: glotopolítica y panhispanismo
En las charlas, normalmente atravesadas por un par de polas, en las que hablábamos de qué hacíamos en la vida, yo estaba acostumbrada a ser el foco de todas las miradas, incluso las de los más distraídos, cuando decía que estudiaba filología hispánica. ¿Filosofía? No, filología. “Parce y… ¿eso qué es?” Dependiendo del nivel de alcohol y de la fluidez de la conversación yo tenía dos respuestas posibles: 1) es como español o 2) es el estudio de los pueblos a través de sus textos, tiene tres líneas que se entrecruzan: historia, literatura y lingüística. En esos momentos, la pregunta que me hubiera gustado responder era ¿Por qué había elegido la filología? Había elegido esa carrera en un intento por comprender cuál era la relación entre el lenguaje y el mundo.
Luego de muchas
lecturas, y después de finalizado el pregrado, había encontrado una perspectiva
que me ayudaba a ver los textos desde un ángulo menos estructural y más cercano
a las prácticas sociales –como lo plantea Arnoux (2006)–. Así, cuando hablábamos
entre compañeros y, ya en un nivel más académico, preguntaban cuál era el
enfoque que me interesaba, yo respondía: la glotopolítica. ¿Gloto qué? No me
iba a salvar yo nunca de las miradas curiosas, pensé.
La glotopolítica se
había convertido en la perspectiva principal de varios de mis proyectos y en la
orientadora de mis búsquedas. De esta corriente me gustan varios elementos que
me permite indagar un poco más, es que, no sé si a ustedes también les pasa,
pero a mí la lingüística estrictamente formal me aburre, es como si le
estuvieran pintando a uno pajaritos en el aire, en cambio, la glotopolítica me
permite pensar en realidades concretas del uso de la lengua. Bueno, como ya me
puse técnica, les voy a contar acerca de tres cosas que me llaman la atención
de esta corriente:
1. El
refrán dice: “dime con quién andas y te diré quien eres”. La glotopolítica
sigue más o menos esta línea, es decir, no se concentra solo en aspectos
formales o estructurales de la lengua, sino que, además de eso, inserta múltiples
factores contextuales a sus análisis. Me gusta esta corriente porque no se
centra en el discurso como si, de repente, apareciera de la nada, sino que
entiende todo como un proceso e indaga por los constructos históricos que
subyacen a los textos que se estudian.
2. Me
acabo de acordar de un poema infantil, ya sé que no estamos hablando de eso,
pero van a ver que se relaciona, se llama La Monarquía, lo escribe José
Luis Díaz Granados:
Los reyes están arriba
Del trono nunca se bajan
Por eso solo me gustan
Los reyes de la baraja.
Imagínense, si ese era uno de los poemas
que más me gustaba cuando niña, ya sabrán que ahora no es que quiera seguirle
la corriente a cuanta idea se le ocurra a la Real Academia Española. Por esta
razón, me gusta mantenerme alejada de esos que buscan imponer normas. En la
glotopolítica, he encontrado otras formas de estudiar la lengua, dado que se
enfoca en prácticas subalternas; es una perspectiva más comprensiva y menos
prescriptiva.
3. Para
no aburrirlos, solo les cuento que estudiar glotopolítica es sentirse como
Sherlock Holmes, es decir, se debe estar pendiente de cualquier indicio (Ginzburg,
1986). La perspectiva glotopolítica mira los discursos y busca en ellos huellas
que permitan comprender por qué están escritos de esa forma. Se indaga por lo
que se dice, lo que no se dice, las formas que se utilizan y los tiempos en los
que se emiten los textos, así, los análisis son más completos.
Los tres elementos que
nombré fueron los que más me llamaron la atención al momento de conocer sobre
la glotopolítica; sin embargo, pensé ¿y eso cómo lo aplico en mi vida? Soy
hablante del español y, como ya saben, estudié filología hispánica. Durante la
carrera, me di cuenta de que muchas de las cosas que yo decía parecían no estar
dentro del “español” entonces ¿yo qué hablo o qué? Pues, buscando respuestas
encontré el término de panhispanismo, que constituye un lugar de confluencia de
muchas de mis preocupaciones sobre el lenguaje. Nuevamente, una palabra poco
usual se atravesaba en mi camino académico, parecería que las Moiras ya lo
hubiesen determinado. A continuación, expondré brevemente cuáles son las
características que componen esta política lingüística.
El panhispanismo es el
nombre que se le da a la política, creada por parte de la Real Academia
Española (RAE) y la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), que
buscaba la gestión democrática de la lengua compartida. Esta política se
instaura oficialmente en el año 2004, durante el Congreso de la Lengua en
Rosario (Del Valle y Arnoux, 2010); sin embargo, antes de este Congreso ya se
habían presentado acciones que permitían ver el cambio político que se llevaba
a cabo al interior de la RAE con el fin de generar una expansión del área
idiomática donde el español se posicionara con la lengua común. La acción más
representativa de este interés fue, en 1991, la creación de una organización
orientada a la difusión del español y a la promoción de la cultura, a saber, el
Instituto Cervantes. Imagínense que, sin darnos cuenta, instrumentos como las
gramáticas, los diccionarios, la ortografía, entre otros, constituyen elementos
que sustentan la idea del panhispanismo donde España se posiciona como un
centro de una lengua que se habla alrededor del mundo.
La difusión de estos
elementos culturales que se le atribuyen a la lengua en sí misma constituye el
fomento de un fetiche lingüístico (Bein, s.f), el cual le otorga al objeto
características propias de las funciones que cumple en medio de las relaciones
sociales de producción. Les dije a mis compañeros que un fantasma recorría la
visión sobre la lengua, bueno, a lo que me refería es al hecho de que, a
ciertas lenguas, como el inglés, el alemán o el francés, se les atribuye la
capacidad de facilitar el progreso económico, idea que deja de lado una
realidad: son las condiciones de producción de quienes hablan esas lenguas las
que hacen que se difundan más materiales en ellas (Bein, s.f.). Así, posicionar
al español como una lengua común implicaba la difusión de una cultura ligada a
esa lengua, la cual no responde a la inmensa variedad que se ha construido
alrededor de la lengua hispana. La presentación de estos valores como únicos y
verdaderos era fundamental para la monetización de un idioma y para la
expansión lingüística que estuvo ligada a la económica con hechos como la
compra de empresas y el desarrollo de la industria de la lengua.
Un ejemplo de la
industrialización de la lengua aparece en el año 2007 con la creación del
Sistema Internacional de Certificación del Español como Lengua Extranjera
(SICELE), el cual se liga al Diploma de Español como Lengua Extranjera (DELE).
Este sistema, que reconoce el Marco Común Europeo como su referencia, desplaza
otros ejercicios que se venían realizando en países hispanohablantes,
especialmente, en América Latina. Así, con la llegada del DELE no solo se
invisibilizan los avances que ya llevaban otros proyectos en materia de
enseñanza del español como lengua extranjera, sino que, además, se crean unas
exigencias lingüísticas para quienes buscan esta certificación. Dichas
exigencias responden a la variedad peninsular del español, especialmente el de
Madrid, y desconocen las variedades propias de los diversos lugares donde se
habla la lengua, lo cual reproduce prácticas glotofóbicas.
¿Qué consecuencias
tiene esta política del panhispanismo para quienes somos hablantes de la lengua
por fuera de ese centro imaginado, pero, especialmente, construido histórica,
política y materialmente? La respuesta a esta pregunta implicaría un análisis
completo, pero, desde mi experiencia personal, creo que la inseguridad
lingüística, la diglosia y la marginación por el habla constituyen elementos
que impactan negativamente en los hablantes. La restricción del derecho a la
palabra desde la imposición del poder perpetúa un sistema dominante de quienes
acceden a la norma y una marginación de quienes, aunque hablan la lengua, son
considerados como hablantes de menor calidad; y pónganse pilas porque así es
que nos consideran a nosotros los latinos en muchos lados. Estas dinámicas de
exclusión funcionan tanto en la lengua como en la sociedad, dado que cuando
hablamos no estamos representando un mundo, lo estamos creando, así que generar
estas imposiciones lingüísticas, al mismo tiempo, está ocasionando unas
exclusiones sociales que son fundamentales para la continuación en el poder de
unos grupos específicos.
Por ende, continuar
extendiendo esa hegemonía de la lengua española mirada desde la propuesta de la
RAE es reproducir una exclusión histórica de los lugares subalternizados en
términos económicos, geográficos, culturales, entre otros. La palabra, ejercida
como un acto político, permite contribuir a la transformación del sistema en el
que se desarrolla. Por eso, más allá de estas dinámicas de neocolonialismo que
se pretenden imponer desde España, sorprende el silencio de los académicos de
los países colonizados, donde, incluso, se encuentran partidarios de las
políticas españolas y defensores de estas formas de tramitar los usos de la
lengua.
Yulia,Yulia,Yulia,...excelente artículo. Tendré que leerlo varias veces para así entenderlo mejor.Pero no tomándome unas polas,sino, unos whiskys sin hielo.Un abrazo...
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