Volvería al Paraíso.
Llegamos a Villavicencio, La
Puerta del Llano, una ciudad pequeña en la cual el horizonte se confunde con la
llanura inmensa. Uno se siente lejos del “centro del país”, pero en realidad a
pocos kilómetros de allí está el ombligo de Colombia. El aeropuerto no se
parece en nada a los de las grandes ciudades: es pequeño con unas cuantas agencias
y una panadería; cuando nos llamaron para embarcar me llevé una gran sorpresa
al ver una diminuta avioneta y sólo íbamos cinco pasajeros, mi puesto era al
lado del piloto y no había que apagar los celulares, antes de despegar teníamos
las ventanas abiertas.
Volamos más de cuarenta minutos y
abajo se veían ríos serpenteantes, pero no había tanta selva como yo recordaba,
por el contrario se alcanzaban a distinguir las enormes parcelas de los
ganaderos y algunos sembrados de palmas que le habían quitado espacio a las
selvas que antes dominaban esos territorios. Por fin se empezaron a ver enormes
terrenos llenos de árboles y de repente ya íbamos a aterrizar en el aeropuerto
de La Macarena. Nos bajamos de la avioneta y nos recibió un guía local que nos
acompañaría los siguientes días compartiéndonos sus conocimientos y sus
historias.
Esperamos otros turistas que se
reunirían con nosotros y mientras tanto íbamos conociendo ese pueblito
maravilloso. Cuando el grupo estuvo completo fuimos a una charla en la cual nos
hablaron de la importancia de cuidar ese paraíso natural que nosotros sólo
alcanzábamos a imaginarnos, unos minutos más tarde estábamos todos montados en
un pequeño bus al cual su chófer llamaba “La Tortuga”. Ese día nos dirigimos a
Caño Piedra, en el camino encontramos varios soldados que caminaban por la zona.
Cuando llegamos fue deslumbrante: era un pequeño riachuelo totalmente
cristalino en medio de un bosquecito lleno de pájaros que nos deleitaban con
sus cantos. Almorzamos allí, sentados en unas piedras y cuando llegó el momento
de nadar el río nos sorprendió con sus aguas frescas y un lecho de piedra. Caminamos
un poco y allí estaban las plantas que nos habían llevado a esa zona
desconocida de nuestro país: unas florecillas rosáceas, blanquecinas, rojizas, verdeazuladas
que se mecían suavemente por la corriente del río, todo el lecho estaba cubierto
de ellas y con el brillo del sol hacía de esa una escena digna de los relatos
de los primeros cronistas que llegaron a América. La sensación era maravillosa,
algo totalmente desconocido, hermoso y frágil se aparecía ante nuestros ojos.
Ese día regresamos al pueblo
invadidos por la tranquilidad. Recorrimos las calles en las cuales los niños
jugaban y todos los que pasaban se saludaban con esa naturalidad y solidaridad
propia de los pequeños pueblos.
Al día siguiente, temprano en la
mañana nos fuimos navegando por el río Guayabero en una canoa, fueron casi 20
minutos de un viaje calmado durante el cual pudimos ver muchas aves e incluso
algunas iguanas que estaban tomando el sol en las copas de los árboles. Nos
bajamos de la canoa y pasamos a unas camionetas que nos llevaron algunos
kilómetros por una carretera de piedra, llena de altibajos, al bajarnos
iniciamos una caminata por una sabana hasta llegar al río: allí estaba Caño
Cristales, el Río de los Dioses. Ese día
fue magnífico caminamos por el lado del río hasta llegar a una cascada denominada
el Salto del Águila, en el trayecto encontramos lugares paradisíacos,
nacimientos de agua, cascadas, pozos, fue una experiencia inolvidable que nos
lleva a reencontrarnos con la naturaleza y con nosotros mismos.
El último día fuimos a
Cristalitos, otro riachuelo hermoso colmado de plantas coloridas. Para llegar
allí debimos subir hasta un lugar desde el cual pudimos divisar ese territorio
grande, vivo, conmovedor y magnífico que es La Sierra de la Macarena.
Fue en realidad muy poco tiempo
para conocer todo lo que tiene ese lugar colmado de personas maravillosas a
quienes este país no les ha respondido como deben, dejándolos en medio de la
guerra y condenándolos al olvido y a la estigmatización. Estoy inmensamente
feliz de haber conocido ese lugar del cual sale uno conmovido, con otra visión
del mundo y de sí mismo. Volvería al Paraíso.
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