Jaime, el de los ojos verdes

Jaime sonreía. Era una mañana fría, ella había llegado demasiado temprano. Sí, demasiado. Casi cinco horas antes de lo planeado. Estaba confundida, había pasado una mala noche, por lo que había decidido salir rápido de donde estaba y refugiarse en el compromiso, aunque faltaran cinco horas. A Jaime lo había visto el día anterior: un buzo de lana, gafas, cabello largo, boca delgada y una voz dulce. No habían hablado, ella tenía que solucionar asuntos urgentes, de los cuales quería salirse lo antes posible. 

Sin embargo, esa mañana, al llegar y ver sonriendo a Jaime, se sintió tranquila. Su presencia le generaba la paz que no había encontrado en esa noche, él le ayudó con su maleta, le ofreció un espacio, desayuno y se mostró muy amable con ella. Era como sentir un rayo de sol suave que aparece después de la tormenta. Luego de organizarse un poco, se sentó a trabajar, justo enfrente de Jaime. Era inevitable levantar la mirada y querer observarlo, querer grabarse cada detalle de él. Le pareció un hombre atractivo, no dijo nada, cuando sus miradas se encontraban ella sonreía y volvía y se concentraba en su trabajo. 

Los ojos verdes de Jaime eran sosegados, como él. Aunque luego sabría que su vida estaba llena de dificultades y problemáticas que él sorteaba con aplomo. Nunca se hubiera imaginado en aquella mañana fría que esos ojos verdes serían una presencia a un plazo más largo en su vida. A la hora del compromiso, salieron de la casa, se separaron. Ella se fue a recorrer lugares que no conocía, que tenía grabados en la memoria, pero que nunca había pisado. Caminó emocionada por esos espacios sobre los que tanto había leído y escuchado. 

Luego de unas horas, a su celular empezaron a llegar audios de Jaime, recordándole su vuelo, porque ella, en medio del malestar de la noche anterior, había comprado un vuelo para irse pronto de esa ciudad. Le confesó a Jaime que no sabía cómo regresar a la casa, que no sabía salir del lugar en el que estaba. Él se ofreció a ir por ella y así lo hizo. Por segunda vez consecutiva en un solo día, ver a Jaime le dio mucha tranquilidad, le transmitió una sensación de seguridad. En ese momento, a diferencia de la mañana, ella se sentía feliz y esa felicidad se acrecentó cuando Jaime decidió abrazarla para que caminaran juntos por aquellas calles ya oscuras. 

Al llegar a la casa, ella se cambió rápido, deseaba otras cosas, pero el tiempo apremiaba. Se despidió de Jaime a quien le brillaban los ojos, ojos verdes, pensó ella. Salió, caminó hasta el parque, entregó unos papeles, abordó un taxi y se fue. Era feliz. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Volvería al Paraíso.

¿Y eso qué es?: glotopolítica y panhispanismo

Pipo