La Estudiante

La Estudiante

Yo la veía llegar siempre con sus libros o papeles en la mano, sus gafas de colores, sus ropas informales y su cabello tan abundante como despeinado. En ocasiones tuve la oportunidad de escuchar cómo de su boca salían palabras rimbombantes que iban creando historias que se materializaban ante mis ojos. La buscaba en los pasillos, pero ella con su aire despreocupado y fresco nunca me veía, por el contrario notaba cada cambio en las plantas, en las nubes e incluso en las hojas de los árboles que iban cayendo por el viento.

Quería dejarme encontrar, pero ella no me estaba buscando: volteaba siempre por el callejón que quedaba justo antes de la esquina donde yo había decidido esperarla, le pedía fuego a la persona que estaba fumando al lado mío y se lo agradecía con una sonrisa enorme que yo quería que me dedicara, buscaba el libro en el estante que estaba enfrente de donde yo estaba simulando buscar una revista, se le caía el lápiz justo en la escalera donde era inevitable que me viera… Era una historia llena de desencuentros.


Yo la miraba desde lejos, deseaba que una mujer así estuviera a mi lado para perderme en sus mundos de palabras que iban creando seres extraños. Un día la vi: rodeada de sus amigos drogadictos que en medio de las alucinaciones se dejaban guiar por su voz encantadora, tomaba aguardiente que iba pasando con cerveza, sonreía y aceptaba de buen grado los cumplidos que sus amigos medio borrachos dejaban escapar. Fue ahí cuando me decidí, quería decirle lo mucho que la quería, que la deseaba, que no podía vivir tranquilo sin verla pasar con su coquetería infantil: me acerqué lentamente, le ofrecí un cigarrillo que rechazó mirándome de arriba abajo, me dijo: “¡Qué fino!” entonces no entendí si me rechazaba el cigarrillo porque era fino o porque el fino era yo con mi apariencia demasiado decente para su círculo social, me disculpe y le pregunté que si quería algo y ella, indiferente, me dijo: Sí, que deje de seguirme en los pasillos, en las bibliotecas, en los callejones; que deje de mirar el humo que se escapa de mis labios, las manos con las que sostengo la cerveza, mi boca cuando estoy contando historias, que me deje en paz. En ese momento fui feliz, por lo menos mi presencia no había pasado desapercibida. 

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