La ventana

Para J.

Yo los miraba desde lejos. Estaba sentada cerca a la ventana de la biblioteca intentando estudiar para un examen que tendría en dos horas, era imposible concentrarme debido a los acontecimientos recientes, sólo intentaba alejar los recuerdos de mi cabeza, pero no funcionaba: cada frase que leía me hacía recordarlo, todo había sido tan extraño. Fue por esto que empecé a mirar por la ventana y entonces los vi. Era justo lo que yo deseaba: estar así como esos dos que,  sentados en uno de los cuadrados de pasto que están justo en la salida de la biblioteca, se abrazaban y reían.


Empecé a imaginar una historia acerca de ellos, por su actitud me di cuenta de que se conocían de mucho tiempo, quizás desde el colegio. A lo mejor él, que estaba sacando unos papeles de su mochila, le había ayudado a ella con sus tareas. Ella era menor, quizás dos años, seguro que le había pedido a él muchos consejos y le había contado sus dilemas de adolescencia. Posiblemente, habían sido amigos antes de llegar a ser pareja y él ya sabía de sus desencantos amorosos y ella de los de él, eso se les notaba en esa forma de mirarse: se miraban de cerca sin tocarse hasta que por fin los dos reían. Yo los envidiaba. Justo ese fin de semana había quedado sola: llevaba dos años viviendo con mi novio y de repente había decidido irse, alejarse de mí. Lo vi sacar sus cosas del apartamento: una a una fue extrayendo cajas, bolsas, ropa y -claro- lágrimas mías que caían inevitablemente mientras él se iba; era por eso que no podía concentrarme en mis lecturas, porque lo veía a él saliendo y después, en contraste, veía a esos dos desconocidos que se abrazaban dulcemente. Creo que no me había dado cuenta de la cantidad de parejas que se pasea por los jardines hasta ese día, hacia donde mirara los veía tomados de la mano, besándose, jugando o simplemente caminando, pero la que más me llamaba la atención era esa pareja que estaba sentada, mi mirada se sentía atraída hacia allí: parecían niños, no había en ellos nada de peleas ni disgustos, tampoco parecía algo carnal ni lujurioso -como sí era la pareja que estaba junto al árbol uno encima de otro besándose como sólo se haría en la intimidad de una habitación-, sus gestos eran tan tiernos que yo lograba decirme que el amor sí era posible, a pesar de lo sucedido el fin de semana. Verlos me reconfortaba, me daba una esperanza y yo sonreía tristemente.


Intenté leer de nuevo. No había avanzado ni dos líneas cuando la vi levantarse súbitamente, dejé mi libro y los observé: ella lloraba desconsolada, él la miraba sin saber qué hacer –al parecer entendía tanto como yo-, ella se sentó y empezó a hablar -se notaba que estaba muy alterada-, sus mejillas estaban rosadas y sus gestos eran acelerados, se tomaba el cabello, miraba a un lado y a otro, después levantaba la cabeza hacia el cielo, le tomaba la mano y él la retiraba bruscamente. Yo no entendía nada de lo que estaba sucediendo, había sido todo tan súbito. Ella intentó abrazarlo y él la empujó, torció la boca demostrando fastidio, ella seguía llorando. Yo los observaba atónita, ya ni siquiera trataba de disimular, los miraba abiertamente, con descaro, sorprendida. Intenté comprender la situación así que seguí inventando la historia: quizás ella le había dicho que quería tener algo más serio con él, podía haberlo invitado a cenar con sus padres y a él la idea lo había asustado, podría haber sido ese temor a que su amor se convirtiera en algo formal que hace de cada gesto un simple protocolo; tal vez él le había dicho que se iría pronto a vivir en otra ciudad, que la dejaría, y ella le estaba diciendo que se iría con él -por eso él había retirado la mano y ella le insistía-. Seguramente, él no creía que ella podría dejarlo todo por acompañarlo, tal vez para él la distancia era insalvable mientras para ella, quien tenía un corazón aventurero, esa distancia era un posibilidad de viajar y por eso mismo de vivir. No habían pasado ni cinco minutos de esa discusión cuando él se levantó, la miró enojado y se marchó. La chica lo siguió con la mirada y cuando él volteó en la esquina se dejó caer sobre el pasto. Allí terminaron sus esperanzas y las mías. Yo era esa chica que estaba viendo las nubes, yo era ella que estaba sola en medio del jardín, quizá la ventana por la que la miraba no era más que un espejo. 
Ciudad de México.

Comentarios

  1. Me deleito leyendo lo que escribes. Gracias...

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    1. Muchas gracias por tu comentario. :D
      Espero que sigas leyendo el blog.

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