Invitación de cumpleaños
El investigador puso enfrente suyo una hoja y un lápiz y le dijo "Cuando esté preparada, señorita". ¿Qué se suponía que debía escribir? ¿Quiénes leerían eso? ¿Qué hacía ella allí? Tenía tantas preguntas que lo único que hizo fue mirar al investigador y pedirle un sacapuntas.
Empezó a observar el lugar donde se encontraba e intentó recordar cómo había llegado ahí: se había levantado temprano esa mañana para ir a comprar lo que necesitaba para preparar el almuerzo al cual había invitado a su jefa, Lucía, la semana pasada para celebrarle el cumpleaños. Por variar- este año también lo había olvidado y cuando todos en la oficina se levantaron para entregarle los regalos, ella había sonreído lanzando la invitación. Fue por eso salió de su casa hacia el mercado, acompañada de Travieso -su perro, recién adquirido en el aguacero del martes cuando ella y el perro hasta entonces callejero se habían resguardado juntos bajo el pórtico de una casa en la esquina de la calle 19-.
Al llegar al mercado había escogido unos cuantos tomates, una cebolla, varias zanahorias y otras verduras que le fueron llamando la atención mientras caminaba envuelta en los aromas propios de las plantas medicinales que colgaban secas en los alambres que atravesaban los pasillos. Regresó a casa y le cambió el agua al jarrón de las flores mientras Travieso jugueteaba con el hueso que había encontrado a las afueras del mercado.
Montó la olla con tomates, zanahorias, cebolla y agua. Después pensaba licuarlo todo y conseguir así una crema deliciosa que encantaría a su jefa. También sacó algunas verduras aparte con las cuales haría una ensalada, además de eso asaría carne y serviría todo acompañado de un jugo de lulo. "Este almuerzo le gustaría a cualquiera", pensaba mientras picaba algunos pimentones.
Ya estaba apunto de terminar la ensalada cuando alguien tocó a su puerta. Sonaba insistente así que caminó rápido y abrió.
-Buenos días, señorita. ¿Es usted Irene? -preguntó apresurado el señor que estaba en la puerta.
-Sí, señor. ¿Qué se le ofrece? -respondió ella, limpiándose discretamente las manos en el delantal.
-Necesito que me acompañe, señorita. -dijo él con voz firme, mientras apartaba a Travieso que en ese momento olisqueaba sus zapatos.
-Señor, eso no va a ser posible, porque hoy mi jefa vendrá a almorzar y yo estoy preparando la comida. Aún no la tengo lista, apenas estoy en la ensalada y ya va siendo hora de que ella llegue-le respondió ella preocupada mientras consultaba el reloj de una de las paredes de la sala.
-Señorita, por favor, es un asunto muy importante. Debe acompañarme ahora mismo a la Estación de Policía. No quiero ser grosero, pero no me obligue a llevarla por la fuerza. -dijo él con voz fuerte.
-Está bien, entiendo. Espero que ese asunto tan importante no me demore mucho, como ve estoy muy ocupada -respondió ella, mientras se quitaba el delantal y cogía las llaves para irse con el señor hacia la Estación.
Camino a la Estación ella intentó entablar alguna conversación con el señor, pero había sido imposible. El tipo parecía una roca y no pudo lograr que dijera palabra alguna. Al llegar a la Estación, le había indicado una puerta por la cual ella entró a una oficina en la que se encontraban tres policías que la miraron detalladamente; uno de ellos se adelanto ¿Usted es Irene?.
Decididamente, pasaba algo extraño había concluido ella. No sabía porqué estaba ahí donde ella no conocía a nadie, pero todos sabían su nombre. ¿Usted es Irene?, la pregunta sonaba ahora más fuerte.
-Sí, señor. Dígame qué necesita.
-Señorita, pase a esa habitación y relate lo que ha hecho hoy.
-Señor, dígame por qué debo hacer eso. Yo no he hecho nada raro, ni mucho menos algo malo. ¿Por qué estoy acá?- empezaba a sentirse atemorizada por el ambiente de esa oficina.
-Señorita, cumpla lo que le digo. Anote hasta el más pequeño detalle, recuerde que todo puede ser usado en su contra, incluso las omisiones. -el tono oficial de esa advertencia le hizo saber que estaba metida en un problema.
Irene entró al cuarto y se sentó frente a la hoja que le acaba de entregar el señor que había ido a su casa. Pasó más de media hora en esa habitación hasta que terminó de relatar todo lo que había hecho en el día. Se levantó y le entregó la hoja al investigador.
-¿Ya me puedo ir? Debo terminar el almuerzo, como ya le dije.
-Sí, señora. Aunque debo advertirle que usted es la principal sospechosa del robo de Miguel Ángel, el perro de la señora Lucía Ortíz. Ha sido vista varios días en la mañana caminando con él, el día de hoy yo mismo realicé el seguimiento y constaté la información.
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