Una visita al doctor
Para Gustavo
Quería escribir y había algo que me lo impedía. Cada vez que me sentaba ante el computador, abría un documento e intentaba plasmar una secuencia ordenada de frases, algo sucedía en mí que me hacía mirar aterrada la pantalla y, casi inmediatamente, empezar a distraerme en internet. Las primeras veces se lo atribuí a una desconcentración momentánea, pero luego me di cuenta de que era crónico, sencillamente no podía escribir. En esos días pensé que escribir no era tan necesario, entonces me dediqué al jardín, al deporte, al cine, al baile... Pero durante todas estas actividades me sentía incompleta, no era que no me gustaran, sino que quedaba algo pendiente.
Pasaron meses, entonces decidí ir al médico. Después de una espera larguísima para que me atendiera entré al consultorio y vi a una chica, un poco mayor que yo, pero con un cansancio que se reflejaba en la sombra negra alrededor de sus ojos.
-¿Cuál es el motivo de su consulta?- me preguntó con una voz de robot, de contestadora automática.
-Verá, lo que sucede es que desde hace algunos meses no he podido escribir- le respondí.
-Verá, lo que sucede es que desde hace algunos meses no he podido escribir- le respondí.
-Muéstreme sus manos- dijo ella.
-Eh, pues, lo que pasa es que no hay nada malo con mis manos- le dije.
-Entonces, ¿qué es lo que sucede?- en su voz noté un dejo de impaciencia.
-No puedo escribir, sencillamente, me siento ante el computador y la pantalla en blanco me aterroriza, soy incapaz de ligar más de tres palabras, no tengo ideas para mis historias, usted entenderá ¿no?- le pregunté
-Pues no entiendo a qué viene usted a una clínica. Yo atiendo dolores, infecciones, inflamaciones. No puedo ayudarle con su problema, por favor cuando salga llama al siguiente paciente. Que tenga un buen día.
-Discúlpeme, pero no tendrá usted alguna fórmula para que yo pueda escribir. Esto que tengo es una enfermedad muy grave, siento un dolor inexplicable cada vez que, frustrada, me levanto de mi silla sin haber hilado ninguna historia, es como si tuviera algún virus que me bloqueara la imaginación y, en general, todo lenguaje escrito. Mire que el otro día no pude ayudarle a mi padre con un oficio que debía presentarle al abogado, tampoco logré colaborale a mi madre con una sencilla petición de un permiso ante la Secretaría. Este extraño fenómeno está impidiendo el desarrollo normal de mi vida. Por favor, haga algo para ayudarme.
-Ya se lo dije, yo no puedo tratarla. Esa enfermedad no existe. Por favor, deje que entre el siguiente paciente. Hasta luego- en ese momento la chica se levantó de su escritorio, me tomó del brazo y me acompañó hasta la puerta.
Sin saber qué hacer, me dirigí hacia mi casa. Mientras iba en el metro pensé en la incapacidad de la doctora para entenderme, ni siquiera pudo comprender que la escritura era una de mis partes vitales, como el corazón o el cerebro. Quizá a ella no le había enseñado eso en su facultad, no la culpo, estaba tan cansada que la llegada de una enfermedad rara sobre la cual tuviera que consultar no era una buena idea.
Fue en ese momento en el que se me ocurrió documentar mi enfermedad, para que los otros médicos la conocieran y se pudieran realizar investigaciones sobre tratamientos. Llegué a mi casa, me senté ante el computador y empecé a escribir mi informe: día de la consulta, motivo, síntomas... Cuando lo estaba terminando vi que su extensión era de más de dos páginas. Me sorprendí muchísimo y ante todo me alegré. Comprendí que la doctora había tomado esa actitud para curarme de mi enfermedad, todo era parte del tratamiento y ahora podía escribir de nuevo.
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