Yo también quiero escribir algo por Maradona

Mi sentimiento sobre Maradona no estaba atravesado por reflexiones teóricas. En su cumpleaños número 60, simplemente vi la fecha y escribí que era un grande. No pensé en por qué, su nombre me evocaba eso, era automático sentirlo cerquita, propio, gigante.

Pero, cuando mis compas me empezaron a preguntar cosas, a cuestionar la imagen del Diego, entonces, tuve que empezar a reflexionar. No hay nada más molesto que tener pensar el sentimiento, abrirlo, mirarlo desde adentro intentando comprender lo que segundos antes era inherente.

Empecé a ubicar a Maradona en mi vida. ¿Cuándo apareció? No lo recuerdo, creo que en la infancia. ¿Estuvo ahí siempre? Sí, claro. En mi adolescencia -con Calamaro, con Manu Chao, con Ataque 77- seguí escuchando su nombre y yo lo daba por hecho. Por ídolo siempre.

Después, con el ascenso del progresismo en América Latina, y con mis convicciones políticas claras, volvió a estar Diego Maradona ahí. Reafirmando mis amores y yo seguía pensando que él siempre estaba, que era eterno, que era claro, contundente, rebelde y mi amor crecía.



Seguí viendo a Maradona, hasta el día en que su muerte me sorprendió. La sentí desgarradora. Mi primera reacción: escribamos que era eterno, que era D10S, que gracias. El sentimiento me desbordaba. Yo quería estar en Buenos Aires y correr hacia la Casa Rosada a abrazarme con la gente, a llorar tranquila, a gritar. No pensaba que fuera tanto el sentimiento hacia él, pero su muerte me lo mostró puro, incontenible y yo solo podía sentirlo como venía desde adentro.

En redes, empezaron a aparecer, nuevamente, las críticas. Que quién era, Que mire lo que había hecho, que llorar su muerte era inconsecuente, que qué sentido tenía, que qué falta de reflexión querer a Diego. Yo no salía del asombro.

Empecé a buscar, a leer, como lo había hecho dos semanas antes cuando celebrábamos su vida. Y entendí que Diego Maradona, el pelusa, había sido un sujeto histórico, como todos, víctima de su tiempo, victimario a veces, había intentado salir y cuestionar, se había equivocado, no había sido siempre coherente, siempre consecuente. Yo no lo he sido tampoco, reviso mi vida, que no es la de un astro del fútbol, y me encuentro llena de contradicciones, de equivocaciones, de desaciertos.

¿Por qué exigirle al Diego lo que no logramos nosotros? ¿Por qué no comprenderlo en su inmensa humanidad? Esta semana es suya. Debió resucitar al tercer día y ser coherente con su naturaleza divina. Sigo pensando, contra todo dogma, que el Diego fue un grande y será eterno.

Gracias por existir, por jugar a la pelota y por intentar hacer las cosas bien.

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